La Pasión de Cristo


Está claro que cuando uno ve La Pasión de Cristo, dirigida por Mel Gibson en el 2004, en un día tan señalado para su visionado como es Viernes Santo, sabe que asiste a lo que se denominó "la historia más grande jamás contada" de una manera seria, madura y fiel.

Jesucristo ha sido un personaje polémico en todas sus adaptaciones, queriendo Hollywood pasarlo a veces por un tamizado en el que toda la esencia se pulveriza. Más cercano al espectáculo -y no en pocas ocasiones dantesco- ha sido llevado a la gran pantalla, para gozo de unos y maldición de otros. Es evidente que la figura no deja indiferente a nadie, ni a los ateos que pueblan nuestra piel de toro (pues le deben en gran parte su existencia), ni a la infinidad de grupúsculos que se denominan cristianos, ni a la Iglesia. Ni tan siquiera a otras religiones, judíos al menos. Pero como hemos anunciado, todos los largometrajes han sido insulsos, insípidos, a veces edulcorados, muy poco rigurosos y, sobretodo ya que es lo que nos atañe, de escasa calidad cinematográfica. El cine, como el último de los artes nacido en un mundo ultramaterialista en proceso de apostasía, no ha abarcado como otros artes temas espirituales. O al menos no tan directamente como en la película que nos ocupa, donde Gibson se luce como un director que quiere hacer una buena narración audiovisual, pero con la dedicación parsimoniosa e inspirada del pintor que sublimaba su pincel con uno de los grandes temas universales de lienzos y cinceles.

La evidente calidad técnica -me figuro a nivel personal- debió de ser un quebradero de cabeza, aunque muy bien resuelto. No era el proyecto indicado para el trabajo individual, tenía que ser de una coralidad absoluta para que funcionara. Que nada desentonara, y no bajando todo a la mediocridad, si no elevándolo a perfección. Aunque tampoco cayéndose en el mero efectismo. Con esa premisa, la labor del director -que cumple con lo afirmado- es excelente. Controlando interpretaciones por igual, manejando encuadres y acertando desde el minuto uno en que, ante todo, debe ser una buena película.

El cine tiene sus propias palabras, su manera de adjetivar, de yuxtaponer, de comparar y de establecer símiles. En definitiva, tiene un léxico y unas licencias, que son los que suelen determinar en gran medida una buena película. Como el guión es adaptado, por decirlo de algún modo, adquiere aquí una importancia tremenda el tema de la puesta en escena. "Vamos a contar la historia más repetida de toda la historia" -me imagino que se planteaban- "pero hagámoslo de una manera jamás vista."



Cada encuadre expresa lo máximo gracias a su composición, rozando muchas veces lo pictórico, teniendo en cuenta la forma y el color para que percibamos las emociones que se nos sirven fotograma a fotograma. Podemos ver así el ahorcamiento de Judas, de puro clasicismo compositivo. También la serpiente tentando a Jesús en un plano cenital, donde vivimos muy de cerca la proximidad de la desesperación. A eso le debemos sumar todo el trabajo de concepción artística, que luce especialmente en momentos concretos de la cinta, tales como los niños que atormentan al traidor, el excelente maquillaje de Cristo torturado o los personajes turbadores y siniestros que se ríen sin parar en el templo.

Recuerdo que cuando asistí a la sala de cine de mi ciudad a verla, me llamó poderosamente la atención el uso de cámara súper lenta (aunque los cámaras, con razón, me reprocharán que en realidad son cámaras súper rápidas), y hoy cuando la he vuelto a revisar me ha vuelto a llamar la atención. En su día me impacto como novedad, hoy ya lo hemos visto más veces, y precisamente eso es lo que me ha gratificado ahora. Lo bien empleada que está, sin abuso y como recurso dramáticamente importante. Desde las treinta monedas que en vuelo alcanzan a Judas, hasta ciertos momentos de agonía y sufrimiento.

Mención especial merece la caracterización del Maligno. Ese personaje andrógino que constantemente aparece en escena siempre mirando a cámara, y aunque se haga justificado por un plano subjetivo, sabemos que en el fondo también nos mira a nosotros. Terriblemente turbador se vuelve cuando lleva al espeluznante niño en sus brazos. Pura iconografía, como en su día se hacía en pinturas, retablos, esculturas o capiteles, pero actualizada al servicio del cine, aunque en conexión directa con la tradición milenaria. Una muestra de contundencia estética.




La guinda del dominio cinematográfico viene dada por pequeños detalles, que si bien son aprendidos de las épocas pasadas (y doradas) del cine, se usan al servicio de la historia narrada con magistral maña. Claro ejemplo son los encadenamientos por sonido -muy bien utilizado éste también, obviando a veces el ambiente y dejando solo palabras, gemidos con reverb o latidos- de una escena a otra, los movimientos de cámara en trávelin, que aun habiendo pocos, se recuerdan. La muestra está en el que acompaña en silueta al gobernador romano, mientras vemos al fondo la masa enfurecida fuera de foco. Y otro recurso de interés, no tan clásico -más bien bastante moderno tal cual lo vemos aquí-, serían los micro flash-backs, un concepto que de mi invención para referirme a esas píldoras del pasado. Ya que la premisa era vivir casi en tiempo fiel las últimas horas de la Pasión, desencadenados por imágenes que el propio protagonista ve en presente, se lanza un recuerdo del pasado. Recordemos como con un simple detalle como el agua donde el mencionado romano se lava las manos, sirve para llevarnos a la Última Cena durante un breve lapso -que más tarde se recuperará, en otro buen detalle de anticipación- en el que es al propio Mesías al que le lavan las manos. Todo derrocha poder narrativo, no creo que nadie ponga peros a este aspecto, es pulcro y magistral.



La escena que me emociona especialmente es un ejemplo de la combinación de todos los aspectos característicos descritos. La caída cargando la cruz en la que María, al ver desplomarse a su hijo, recuerda cuando lo levantaba de pequeño -microflashback y cámara lenta-, corre mientras que dejamos de oír su voz -aunque mueve los labios, pronunciando el nombre de Jesús-. Al levantarlo ya la oímos decir "estoy aquí". Tras ver cómo lo ayuda cuando a penas sabía andar en la infancia, él -de nuevo en el "presente- palpa la cara de su madre y le dice "¿ves madre? Yo hago nuevas todas las cosas." Si el cine es emoción, puede que ésta sea la escena más cinematográfica de toda la película.


He intentado hacer un análisis pormenorizado, aunque ligero, sobre una película que se deja en muchas ocasiones a un lado, yo creo que por el tema que trata. En una especie de complejo absurdo, o de fanatismo positivo, nadie, ningún blog de cine ha hablado hoy de La Pasión de Cristo. Parece ser que el open mind funciona sólo en una dirección. Aunque tengo certeza de que mucha gente, creyente y no creyente, sabe que es una gran película, no ya por su rigurosidad, por su presupuesto o por contar uno de los momentos clave de la cultura occidental, si no porque Mel Gibson y su equipo buscaban hacer el mejor trabajo posible. Y creo que, al igual que La Piedad de Miguel Ángel en la escultura o el Cristo en la Cruz de Zurbarán en la pintura -por ejemplo-, La Pasión de Cristo es la culpable de que el gran tema del arte haya sido también tratado por el séptimo hermano, hasta entonces bastardo a tal efecto.


Podéis ver todos los detalles de la película, así como opiniones y puntuaciones en su entrada de IMDB


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