Hoy la he vuelto a ver.

He intentado superarlo, lo prometo. He ido a terapias, sometido a hipnosis, probado el método Ludovico, y nada. Sigo sucumbiendo a sus encantos. Uno ve películas en momentos de su vida, a veces especiales, o emocionantes, otras veces momentos duros y desapacibles. Según sea su estado de ánimo, logra amar o despreciar la cinta. Eso en muchas ocasiones da lugar a errores, al revisar la cinta notas que la habías juzgado demasiado bien o demasiado mal. Y las revisiones también van cambiando. El recorrido de una película -hablando de nuestro criterio personal- puede ser una verdadera montaña rusa, estar en la cima, caer en picado, recorrer aburridamente una distancia sin alteraciones para luego, en el momento menos pensado, desatar en nosotros un torrente de emoción.

Evidentemente, la madurez de una persona va mutando sus gustos. Cuántas veces habremos vuelto sobre películas de nuestra infancia o adolescencia para comprobar -con auténtico estupor- que realmente eran unas soberanas porquerías. Muchas veces, como no, ocurrirá a la inversa. Captar que una película crece con nosotros, que se aprovecha de nuestra experiencia en la vida o de nuestra inquietud intelectual, para terminar conquistándonos del todo. Sin embargo, hay condicionantes más allá de la sinceridad que tenemos con nosotros mismos, más ahora en el mundo de la apariencia, no ya sólo física, si no digital y abstracta de internet. Parece ser que constantemente hay que renegar de cosas y descubrir otras tantas nuevas, si no quieres que te digan que te has encasillado, que sigues en lo mismo, que te subas a la nueva ola y te dejes de vivir en el pasado. Y las olas de hoy en día son modas en un mar picado y convulso, dónde cualquier tendencia puede ser un recién nacido a las nueve de la mañana y un lindo cadáver antes de probar la cena. Pero no, no es eso, no se trata de eso. ¡Maldita sea! Lógicamente yo, como todos los interesados en el séptimo arte, devoramos con afán e ilusión películas, deseamos nuevos retos, viajar entre los guiones actuales, retroceder a clásicos desconocidos, consumir géneros que nos apasionan, digerir auténticas superproducciones, obras de arte y ensayo, zombies, Tarkovsky, exorcismos, Lubitsch, Tarantino, Coppola, E.T, El Vengador Tóxico, Kubrick, Buñuel... Nos movemos en rachas de descubrimientos, en puntos clave que conducen a otros puntos suspensivos que nunca terminan. En los foros de debate, en los twits, en los estados de facebook, en los blogs, damos rienda suelta a nuestra admiración por cosas recién descubiertas por nosotros, que creemos que el resto no conocen (aunque no entendamos como pueden sobrevivir así, tan tranquilos). Estoy de acuerdo. Pero me niego a que alguien me llame pesado por volver a repetir que hoy la he vuelto a ver, y que me parece maravillosa.

Esa gran historia de las ciudades, habitadas por pequeños entes que son a su vez más complejos e infinitos que todos los barrios del mundo. Las idas y venidas del hombre moderno, que vaga incierto y confuso entre contaminación, alcantarillas y carteleras de cine, que devora imágenes ávido de experimentar emociones. Esos chistes magníficos, bien encajados, de sonrisa entrañable. Ese amor que evita lo cursi, vívido de emoción, sazonado con toques canallas e incluso con algún brote de mal gusto, tan bien colocado que es delicioso. Esa crítica al culturetismo de postín desde dentro del mismo, las miradas a cámara, los experimentos visuales, la ropa extraña, el enfrentamiento de la costa este y la oeste... Y esa Nueva York, la ciudad que nunca duerme y que siempre sueña. Rodada como nunca, hermosa como siempre. Qué atardecer en el puente de Brooklyn, donde hasta las aguas turbias parecen más bello manantial, donde la inmundicia y los desechos son tratados como las gárgolas que penden de una gran catedral y los rascacielos se alzan con la belleza de una Venus... Y ya no me da miedo, lo ignoraré. No me importa lo que diga nadie, ni si Von Trier está vendiendo humo o es un genio, no me acuerdo de si es año nuevo, ignoro si hace frío o llueve. Ahora mismo me dan igual los rumores, los Smaugs, las críticas, las secuelas de pre cuelas que tendrán -según la productora- segunda parte, la falta de originalidad y los remakes. Porque hoy he vuelto a ver Annie Hall, y me ha gustado más que nunca.



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