Un ensayo brillante llamado Black Mirror (1x01)

SPOILERS



Año 2011. Un terremoto sacude al mundo. No se agrietaron las calles, las casas o las vías del metro; se agrieta el mundo real, la ficción televisiva. Tres capítulos por temporada, tramas independientes y un factor común: la visión crítica de la sociedad 2.0. Todo cubierto con una fina sábana de historias, de relatos de cincuenta minutos, que esconden el mayor ensayo del modo de vida actual y una manifiesta clarividencia sobre los medios de comunicación, las redes sociales, internet, las nuevas relaciones humanas y cómo todo influye en la manera de crear y consumir el producto audiovisual. Quitaremos esa sábana para verle las bragas y destapar los temas sobre los que polemiza. Sólo algunos, porque tiene tantos niveles de lectura que provoca vahídos el mero intento de ser exhaustivo. Para eso tenemos un bonito muro de comentarios, un Twitter, un Facebook, la inteligencia colectiva y una palabra muy hortera llamada feedback.

1x01 The National Anthem. Un "terrorista" rapta a la un miembro de la familia real británica y propone un trato: o el primer ministro sodomiza a una cerda, o la princesa muere.



El fenómeno viral. El malhechor sube el vídeo en el que la princesa pide ayuda a YouTube. Realidad conocida por todos nosotros con las ejecuciones del ISIS. La reacción del gobierno es crear un muro de contención, borrar las fuentes, controlar a la prensa. Lo segundo lo consiguen, porque los periodistas están dispuestos a obedecer (al menos por un tiempo), pero el vídeo ya es viral, por cada uno borrado aparecen seis subidas. Internet y viral son hermanos siameses. Esos ríos de información libre no interesan al poder, que intenta crear cada vez más límites en la libertad de expresión a través de la red. Hace tres semanas hemos asistido al nacimiento de Quitter, por la censura de la red social del pajarito a alguno de sus usuarios.



La democratización tecnológica. El abismo entre las producciones profesionales y las caseras se reduce, mucha gente tiene la posibilidad de acceder al mismo equipo que usan las televisiones o los estudios importantes. Eso hace que tengamos un conocimiento técnico (que puede ser autodidacta) lo suficientemente avanzado como para saber cómo se crea un fake. El "terrorista" lo sabe, y propone una serie de condiciones preventivas para que sea el ministro real fornicando con un cerdo real: cámara al hombro, plano sin cortes, iluminación natural, sin cromas... No es de extrañar que uno de los personajes-espectador lo compare con el movimiento Dogma 95.



Internet VS medios tradicionales. Podemos leer cientos y miles de noticias en internet que nunca aparecerán en la televisión, el periódico o la radio. Y aun hoy en día, si no aparecen, no existen. Serán infravaloradas, acusadas de conspiranoia, denostadas, escupidas a la cara... Incluso por nosotros mismos. La frontera entre realidad y ficción se estrecha en muchas ocasiones en la red, la desinformación es una parte más de la información que tiene en la sobreinformación su mejor aliado. Así que se sigue otorgando legitimidad (y así lo hacen en la serie) a lo que dice la TV. Si no aparece, las dudas sobre su veracidad se manifestarán. Pese a que los medios masivos son los únicos que acceden gustosamente a presiones políticas o que guardan ideologías muy concretas en su línea editorial.



Espectador multipantalla. La recepción del mensaje ha cambiado por completo. Pocas veces vemos la televisión (o vivimos la vida) sin nuestro teléfono en la mano, comentando cada noticia y teniendo una fiebre por alzar nuestra voz en el griterío de la red. Aquí lo estoy haciendo yo, y tú que me compartes en tu Facebook, y tú que me sigues en twitter. Twitter, ese gran oráculo que puede adivinar el pensamiento (o al menos los puntos de interés) de la población de tu ciudad, de tu país y del mundo. Los personajes acuden constantemente a estas herramientas, y vemos como a través de ellas todos transforman un drama de tres personajes (primer ministro - princesa - "terrorista") en una historia coral en el que todo el mundo se siente partícipe (aunque sea partícipe de forma virtual). No es casual que el clímax zoofilico lo vivamos a través de una televisión que miran los espectadores (que son ellos, que somos también nosotros). O que el primer fotograma de la primera escena en la que aparece la princesa esté compuesto por una pantalla de ordenador y una pantalla de televisión mostrando la misma imagen en el mismo plano.



La milicia informante. Cuando creen tener el escondrijo del "terrorista", las fuerzas especiales son enviadas. Está claro que quieren evitar a toda costa la humillación del primer ministro, así que asaltar y arrestar es lo que toca. Los soldados llevan cámaras en sus cascos para que, desde el despacho, los responsables políticos tomen las decisiones pertinentes. Ésto no parece ser ficticio, menos después de ver la Operación Lanza de Neptuno que Obama emprendió contra Bin Laden, en la que siguió minuto a minuto el avance de sus tropas desde un despacho con un sistema similar. Sólo que el guión de Black Mirror es más antiguo que éste hecho. Hilar fino en la documentación, creo que se llama. 



Los informadores militantes. A ese acto asiste también una periodista. Si equipo, sin cámara, sólo con un teléfono móvil. En un montaje paralelo vemos avanzar a los soldados y a ella por el mismo edificio aunque diferentes rutas. De nuevo un acto de documentación: ella graba con un iPhone y la app FilmicPro, que mejora la imagen y es conocida en el mundo profesional. Un informador de guerrilla, tan de actualidad (ha habido grandes documentales realizados así) que antepone la necesidad de cubrir la noticia a los medios para la cobertura, que prefiere actuar como un francotirador solitario y no como un cazarrecompensas. El peligro de no pasar por el tamiz de una agencia de noticias (como es en la mayoría de informaciones actuales) es lo que no pueden soportar los gobiernos. Y más cuando son retratados en su gran epic fail, porque en el edificio sólo había una muñeca con un ordenador conectado a un proxy.  Los militares abren fuego contra la periodista (en plena confusión) para después disparar a su teléfono (en plena reflexión).



La representación frente a la realidad. Una de las antes mencionadas condiciones es que el acto sexual debe concluir. La cerda no puede dejar a medias al político. Tras una hora de intensa relación, donde todos los espectadores sienten náusea -pero siguen contemplando- el ministro consuma. Lo que nadie sabe (porque todos están colgados de la tele) es que a la media hora la princesa ya había sido soltada. Era la última ironía del "terrorista": el público ya no trata de salvar una vida -como en un principio podía parecer- sino de satisfacer su vouyerismo. Un genial golpe de efecto con el que el primer capítulo torna todas las críticas que  manifestamos en nuestra contra.



La gran performance. El hecho de llevar todo el texto entrecomillando la palabra "terrorista" no es sólo por el uso tan vacío -y politizado- que se le ha llegado a dar, sino porque la propia ficción misma nos desvela que el captor (suicidado tras el acto) es un artista reconocido, y su obra una gran puesta en escena que logra su objetivo. Un crítico lo considera la gran obra maestra el siglo XXI. En la sociedad de los programas de realidad (que serán tratados en el episodio 2), de las performance, del acto poético, podríamos considerar ese paso como lógico. El último escalón de una revolución estética que nos liberó de corsés incómodos, que se vuelve un monstruo azotador. La propia serie, el propio realizador, se sitúa como el performer, secuestrándonos en una ficción televisiva, un ensayo sobre los grados de realidad y una gran obra de arte multimedia, en la que los espectadores son mitad partícipes, mitad esclavos.



Por ello sabemos que no es casual la introducción de la serie, con el logotipo y una pantalla -nuestra pantalla- rompiéndose. Por primera vez la televisión cuestiona nuestra capacidad de intervenir, nuestra capacidad de analizar, nuestra capacidad de asimilar y nuestro derecho a mirar, en un cóctel explosivo que convierte la pantalla en un espejo. Nosotros no la miramos, es ella quien nos mira.



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