Zombies de autor, La Noche de los Muertos Vivientes.


Cuando George A. Romero, harto de rodar anuncios comerciales, se lanza a dirigir su primera película, dudo mucho que se imaginara que iba a crear uno de los mayores mitos del cine de terror. Precisamente un género que se ha ganado la enemistad de los cinéfilos más puristas por haber caído cien veces en los mismos tópicos, incluso llegándose a autoparodiar -sin ser conscientes de ello ni tener maldita gracia- hasta límites insospechados. Más todavía cuando un film sale del submundo de la serie b. Y más todavía si tiene zombies. Pero vamos a ver que La Noche de Los Muertos Vivientes es una de las mejores películas de la historia del cine, pese a tener caminantes caníbales, trabajar a la sombra del género y haberse realizado de manera novel con tan sólo ciento catorce mil dólares. 

En la primera secuencia -como suelen hacer las grandes películas- ya se nos adelanta el resto de la cinta. Asistimos con Bárbara y Johnny al cementerio donde descansa su padre. Han viajado mucho para visitar su tumba, es un sitio agreste y apartado, conectado con el resto del mundo por un estrecho camino pedregoso. Entre los recuerdos del pasado que afloran -típico en las  visitas a un familiar fallecido- recuerdan cómo Johnny asustaba de pequeño a su hermana, precisamente en el frondoso bosque que rodea al camposanto. Caminando de manera espectral, emitiendo sonidos agonizantes y diciéndole que venían a por ella, lograba evocar el miedo en las noches de verano, en forma de juego infantil. En ese momento, Bárbara se da cuenta de que un hombre más está visitando el cementerio. A medida que se acerca comprueba que no se comporta de manera normal, mientras su hermano sigue burlándose de sus miedos, lo que logra estresarla y empieza a apresurar su marcha al coche. Es precisamente ahí cuando aparece el primer ataque de un zombie, porque efectivamente, no era un vagabundo ni un loco, si no un no muerto -aunque nunca se les llamará zombies-, y su hermano cae al suelo mientras ella, muy a su pesar, lo tiene que dejar atrás para huir. El coche se avería y llega a una casa. Ahí se desarrollará el resto de la trama, se encontrará a otros vivos, y habrá muchos conflictos entre ellos, mientras que la amenaza externa se multiplica y escuchan aterrados en la radio cómo esas extrañas criaturas son muertos que se comen a los humanos, y que éstos a su vez se unen a las filas del mal una vez heridos. Lo genial del primer nudo narrativo no es exclusivamente que exte expuesto todo el tema de la película - cómo reaccionan las personas ante una amenaza inminente e incomprensible- si no que es en si misma una película. Podría haber sido un cortometraje, y ser perfectamente eficaz y maravilloso. Por suerte nos quedarán todavía casi ochenta minutos de disfrute de puro cine, dominio del guión y del tiempo dramático.


El maravilloso blanco y negro le sienta como anillo al dedo, debido al excelente uso de las luces y las sombras dentro de la casa, las siluetas en los exteriores -los planos de las ramas peladas de los árboles son absolutamente inquietantes- y los focos en la noche previa al clímax, en la que intentarán escapar de manera fallida de la casa. Se combina la cámara en mano con el trípode más estático en una composición económicamente efectiva del plano, aunque en montaje queda extraño y abrupto. Las partes que más me impactaron fueron precisamente las rodadas a pulso, dando un magnífico toque de autor a tales planos secuencia, en una especie de Nouvelle Vague trasnochadamente fantástica. Pero mucho me temo que se hicieron más por un tema de medios (que faltaban) que por una cuestión puramente estética. Otro de los muchos momentos geniales a nivel visual del largo es la escena del asesinato de la madre. Para empezar, harto siniestro que una niña zombie acuchille a su madre con una pala de enyesar paredes. Pero cómo está rodada es lo magnífico, en un alarde de erudición hitchcockiana, utiliza la silueta de la asesina al más puro estilo Psicosis, con un magnífico -y bastante psicodélico- sonido de gritos distorsionados. La secuencia antes mencionada de la fuga nocturna no tiene desperdicio, pero tampoco voy a desgranarlas todas por escrito, que una imagen vale más que mil palabras. Aunque en este caso se hicieron con un puñado de dólares. 

El guión no se queda atrás, desarrollando unos personajes claramente diferentes que entran en conflicto ante las encontradas opiniones respecto a su propia supervivencia. Todos tienen un fondo y un carácter nada tópico, una dimensión profunda y unas motivaciones por las que luchar...Ya querrían para sí las películas modernas del género hilar tan fino, que más que el terror trabajan espanto. Sin apenas peripecias con los zombies, pero siempre recordándonos que están ahí, hay momentos de verdadera tensión, el miedo cada vez adquiere un carácter más interior, recurriendo a la psicología y no al susto. Y para solventar la curiosidad y hacer más verosimil el relato, se introduce la información mediante una televisión y una radio, asistiendo progresivamente a la investigación de la misteriosa plaga de manera racionada y diegética. Para que el fuego no se apague se utilizan constantes símbolos y cosificaciones, no ya sólo el cadaver que yace en la casa desde antes que nuestros protagonistas lleguen, si no con los animales disecados a los que observan con pavor, en una alegoría a la muerte tan solo aparente de los necrófagos. Merece la pena también hablar del lado políticamente incorrecto, no sólo del asesinato en el que hace un momento nos recreábamos, si no el final. Fíjense ustedes cómo termina, quién interviene y contra quién. Luego pueden comentarlo aquí, no queremos desvelarlo, pero sí llamar su atención hacia ese detalle.

Como ven rompemos una lanza a favor de esta obra maestra, no ya de la serie b, si no del cine en general. Tiene todo lo que puede tener La Diligencia -perdonen los fordianos la comparación, aunque no es despiadada, y están siendo las dos películas que más me han obsesionado últimamente entre las que establezco algún paralelismo-, es una película de náufragos en un mar de tiburones, es Soy Leyenda, es la resistencia de Troya, y el caballo en forma de niña que se cuela en la ciudadela que resiste ante aparente seguridad en pos de un inminente Apocalipsis. Es de esas maravillosas obras en las que con poco te dan mucho. Es fondo, forma y profundidad, en un subgénero como el de los zombies, que están por todas partes desde The Walking Dead hasta la bizarra y fresquita revisión de El Juego de Tronos, y en muchas ocasiones parece la excusa perfecta para simplemente pegar tiros, mostrar vísceras y algún pecho explícito. Muy lícito, no digo que no, sobre todo con una buena dosis de cerveza para terminar una tarde de verano, pero Romero nos demuestra que se pueden contar cosas más allá de la peripecia anecdótica. Y ser fino y brutal a la vez. Además, por avatares del destino, la podéis ver totalmente gratis de manera legal, ya que es de dominio público a consecuencia de un tremendo despiste en los créditos sobreimpresionados y en las cintas: por ningún lado ponía que se reservaban los derechos, ni si los tenía siquiera. Pocas veces se alinean tanto los astros para que cierren este blog y busquen rápidamente la película. Eso sí, huyan como del mismo demonio de la versión doblada. Si lo logran, disfrutarán de cine con mayúsculas. 


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