La Huella del Crimen: Jarabo.



Parece ser que muchos han olvidado que la televisión española no vive ahora su edad de oro, si no que ya la vivió hace unos cuantos años, en los que La Primera producía cantidades ingentes de material propio. Mucho de ese material era ficción, y gran parte de él de grandísima calidad. Echando mano de guinistas, directores e incluso de equipos, formas y maneras de hacer provenientes del séptimo arte, se crearon productos para la pequeña pantalla, rodados en cine y con una confección mucho más elevada que lo que luego serían los telefilmes que inundaron muchos canales anglosajones en los noventa. 

La serie que hoy nos ocupa es La Huella del Crimen, emitida su primera temporada en 1985 por nuestro canal estatal. Fue concebida por Pedro Costa Musté,  productor (aunque también director y guionista) conocido por dos Goyas a la mejor película: Amantes (1992) y La Buena Estrella (1997). Aunque esta miniserie también recibió el premio a la mejor serie en su año de estreno. Y no es para menos. Como objetivo, una sencilla clave: adaptar grandes crímenes de nuestro pais a la ficción audiovisual. Estamos en una época en la que la crónica negra todavía no había sido suprimida totalmente de nuestros medios, en la que magníficos periodistas de sucesos se nutrieron -en las páginas de Pueblo, El Suceso y otros-  de todo tipo de peripecias sanguinolentas que los convirtieron en verdaderos sabuesos del género e incluso de la criminología -véase el caso de mi admiradísimo Francisco Pérez Abellán-, lo que significa que era un momento bueno e ideal para poner rostro y diálogos a tantos capítulos grotescos de la historia de nuestra nación. Como bien rezaba su cabecera: "la historia de un país es también la historia de sus crímenes. De aquellos crímenes que dejaron huella."

Trataremos hoy la primera de las seis entregas de su temporada prima, ya que es injusto hablar de él como programa en sí. Digamos que este podría haber sido uno de nuestros Alfred Hitchcock Presenta, aunque -como veremos en futuros artículos- tenemos varios programas en la historia que podrían responder a ese referente de una televisión de gran calidad, que si bien en el extranjero se ha retomado, aquí todavía está algo verde, aunque en proceso de madurar. Por lo tanto cada una merecería un análisis propio, y siendo esta claro manifiesto de sus intenciones y la que a nivel personal más me apasiona, nos meteremos de lleno para destaparle al lector algunos datos, ocultándole las claves para inspirar curiosidad y alimentar el apetito de devorar una pieza de menos de una hora y veinte de duración. Y de libre acceso gratuito. Todo son ventajas.

La película adapta el cuádruple asesinato cometido por el que probablemente podríamos llamar primer asesino en serie español: José María Manuel Pablo de la Cruz Jarabo Pérez Morris, un tipo duro, rudo y despiadado que nació en Madrid y huyó con su familia a Puerto Rico tras el estallido de la guerra en el treinta y seis. Se casó con una mujer en Estados Unidos, fue recluido en una prisión psiquiátrica de la que se logró escapar, despertó otro escándalo en la Isla del Encanto al ser descubierto como regente de un prostíbulo, ilegal por esos lares. De vuelta a la capital del reino, con mucho dinero en los bolsillos, se dedica a invertirlo alegremente en juergas nocturnas, mujeres, bebidas, drogas, cenas lujosas, y toda una serie de entretenimientos exquisitos que degustaba diariamente. Sin trabajar ni producir, conoce en otra ocasión a una muchacha inglesa. Quién sabe si es su acento extranjero o su atractiva planta lo que atrae a Jarabo, lo cierto es que se enamora (casada y con marido en Inglaterra) y en una noche, ya sin efectivo en los bolsillos, empeñan el anillo de compromiso para continuar gastando. Cuando el hombre lo quiere recuperar, tiene que pagar un cargo superior y entregar una carta autorizada. Ella, desde Inglaterra, se la escribe. Y con propina: en la misma cuartilla planta una fogosa carta de amor. Al entregar ésta a los usureros -pero no el dinero-, deciden quedársela también hasta que aporte la suma acordada. Con una paranoia terrible, empieza a temer que los prestamistas de poca monta chantajeen a su querida, de buena cuna en la Albión, y decide emprender las terribles acciones que el diecinueve de julio de 1958 conmocionarían a la villa y corte y a España entera.
En la silla del director La Huella del Crimen contó en esta ocasión con Juan Antonio Bardem (de mismo rol en las archiconocidas Calle Mayor, La Muerte de un Ciclista, Los Inocentes...). Tecleando un guión a cuatro manos se encontraron el ya mencionado y Alfredo Mañas, que había trabajado en otro monstruo de nuestra TV como fue Estudio 1. La historia juega hábilmente con la construcción temporal, al comenzar con los inspectores encargados del caso llegando al lugar de los hechos (por supuesto con una voice over del detective, clásico y -cuando se emplea bien- elegante recurso negro). Con lo cual en el minuto uno ya estamos metidos de cabeza: hay cuatro muertos y pocas pruebas. Pero no se nos somete a la investigación progresiva, si no que tras este primer compás retrocedemos hasta unas horas antes de los hechos, esta vez "siguiendo" a Jarabo, al que encarna de una manera soberbia Sancho Gracia. Posteriormente recuperaremos la investigación allá donde quedó, en un uso novedoso en nuestra tele del flash-forward, que aunque no parezca del todo pulido, puede ser considerado una vertiente primitiva del mismo. Todo con una estética más bien setentera, y no por ello mala ni defectuosa en absoluto. Utilizaciones del zoom y una decisión muy acertada a la hora de elegir narrar los asesinatos en cámara lenta, aumentando notablemente el dramatismo. Dramatismo lleno de violencia, que parece sacado de una cinta de Peckimpah, recreándose en la víscera, si bien no de manera casi lírica como se ha hecho posteriormente con Tarantino y otros, si absolutamente explosiva en pantalla. En ocasiones los movimientos de cámara y un montaje abrupto (que no logra romper del todo el clasicismo, pero que trasciende lo convencional) recuerdan tanto al Polanski de La Semilla del Diablo como a la Serie B de Jess Franco.También favorecido por la "defectuosa" película en la que se rueda, llena de ruido, polvo y ralladuras. Esas que tanto se imitan ahora, pero que aquí son auténticas. No he logrado averiguar el dato, pero por la calidad no parece fruto de 35mm, sobretodo en los planos generales, donde vemos muy poco detalle y un gran desenfoque que dudo que fuera problema del director de foto. Pero es un dato que no he confirmado. Y que si alguien conoce, tiene nuestro blog abierto para opinar y aclararnos el enigma.

Los personajes están bien pensados y estructurados. A Jarabo se le pone galante y agresivo, como parece ser que era. Aunque se edulcora y se le disfraza de una elegancia excesiva hacia la conclusión, donde los guionistas se dejan llevar por un completo delirio peliculero, en un momento en el que la policía, para que hable, le monta un lujoso convite. Aunque no sea realista, realmente es una gran sala de espera para el clímax. Los detectives, que casi no aparecen por el gran protagonismo del asesino, aunque pudieran ser arquetipos, no caen en los clichés baratos a los que a veces se recurre en TV cuando hacen falta segundones. De hecho, la mano derecha del inspector jefe, un orondo y ojeroso policía, tiene un aspecto tan cinematográfico que bien podía haber aparecido en alguna peli negra de los años cuarenta. 

Definitivamente, es una buena cinta. No vamos a encontrar una obra maestra, pero sí unos minutos de orgullo olvidado tanto por aquellos que se creen que el cine español nació con Almodóvar, como para aquellos que tachan toda nuestra producción de excremento. También para que veamos que en TVE se hacía una ficción excelente que nada tenía que envidiar a lo que se hacía fuera, que estaba a un gran nivel creativo y de ejecución, con algunos fallos probablemente a causa de un ajustado presupuesto, pero que se perdonan por la calidad general. Revisándola hoy le he notado hasta cierta frescura, esa frescura que desprenden las obras cuando hay más ganas, ilusión -y todo el extra que ello da al trabajo- que técnica o medios (que también los hay, pero prima la pasión por la profesión). En una industria de la pequeña pantalla que parece cansada, exenta de ideas y aire renovador, vendría bien recuperar estas iniciativas, visionarlas y estudiarlas, porque estamos realmente en un momento facilón, de guiones muy convencionales y puestas en escena demasiado vistas, y demasiado pretenciosas. Y para estudiar todo este material tenemos la suerte y fortuna de contar con la página de Televisión Española, un auténtico templo para todo el que esté interesado en las grandes empresas de creación audiovisual de ayer y de hoy. Lugar en el que pasar horas y horas disfrutando y entendiendo más nuestros antepasados, esos que deberíamos de seguir como modelos, y no sólo a los anglosajones (que hacen un trabajo de calidad indiscutible, pero que no son tan nuestros).

Para finalizar, un dato curioso. El actor y director de culto Paul Naschy conoció y convivió con Jarabo el mismo año de su crimen. Incluso en una de las tabernas que frecuentaban juntos, el maniaco le llegó a apuntar con una pistola en la sien. Por aquel entonces ni él sabía que se encontraba con uno de los psicópatas más famosos de la península, ni el futuro asesino sabía que encañonaba a uno de los artistas, tanto delante como detrás de las cámaras, más afamado del mundo del terror y reconocido internacionalmente. Uno decidió llevar el horror al celuloide, otro a golpe de gatillo lo llevó a las portadas de los periódicos.


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