Las recomendaciones vuelven con fuerza, esta vez con un clásico entre los clásicos, una película denominada Memoria del Mundo por la UNESCO -detalle insignificante, pero que siempre queda bonito- para intentar animaros a verla, si es que no la habéis visto nunca, o a volver a ello si no habéis visto la versión restaurada de 2010, que ya se acerca bastante a la original que se estrenó en Alemania allá por el año 27 del siglo pasado. Digo que se acerca bastante porque la historia de esta película es ya una buena trama en si misma. Cuando Fritz Lang se lanza a estrenarla en los Estados Unidos de América, exigen su recorte. Ya sabemos la facilidad de tijera que se gastan por allí (hace poco hablamos de Sergio Leone , también muy amputado). Misteriosamente la premiere alemana se perdió, quedando solamente la versión estrenada en el Nuevo Mundo. Aun así se añadieron algunas imágenes repetidas en el montaje llevado a cabo en su restauración conjunta internacional de 2002. Hasta que en un hallazgo inaudito se encontraron, nada más y nada menos que en Buenos Aires, gran parte de las escenas perdidas. Eso sí, en una calidad deteriorada por los años y en una copia de 16mm, lo que hacía que la composición no fuera la original, pero al menos podríamos ver la "intención" original. Alguien en un despacho se frotaba las manos. Nuevo montaje, nuevas ediciones de una película que forma parte del Olimpo primitivo del séptimo arte. Se lanzó en el 2010, vendida como la experiencia más parecida a lo que Lang pretendía, montada según lo que el guión -que escribió junto a su mujer- y el informe remitido a la censura mostraban. Es cierto que está cargada de ideología, pero también lo está Einsestein o Leni Riefenstahl, y espero que nadie les quite ni una pizca del talento. Para eso tenemos nuestros muebles en la cabeza, que filtren y dejen fuera (o absorban y se dejen empapar) lo que no nos interesa. Pero vamos a las cinco razones (siempre insuficientes) tradicionales:
1.- Ser un pedazo de historia, con una "pedazo" de historia. Hay infinidad de leyendas (en internet abundan artículos, documentales...), muchas desmentidas por el director, como las que dicen que hubo más de mil extras en plantilla, cuando fueron unos escasos trescientos actores los que -incluyendo protagonistas- participaron en el rodaje. Lo que sí es cierto es que la idea original, o al menos el germen principal, se le ocurrió al autor cuando visitó Nueva York por primera vez y quedó impresionado por su llegada en barco al puerto, por sus fábricas, industrias y rascacielos. Desde luego, hemos visto en cine la recreación de esas llegadas en barco (genial la de El Padrino II, por ejemplo), y no debía de ser una estampa fácil de olvidar.
2.- Ciencia-ficción romántica. Aunque siempre se la ha clasificado como expresionista, que lo es, tiene un claro ingrediente de romanticismo. Es el espectro de éste, que vuelve tras fallecer en la Primera Guerra Mundial, cargado de sombras y fantasmas, sembrando también las semillas de la futura ciencia ficción, pero prescindiendo completamente de la ciencia. Más bien parece la reflexión de un poeta ante el clímax de la industrialización y eso que -erróneamente a mi parecer- hemos denominado progreso. Una mirada nostálgica hacia el paraíso perdido.
3.- Claro dominio de todos los aspectos del lenguaje cinematográfico. Desde la puesta en escena hasta el montaje, pasando por la composición y el encuadre, es como una enciclopedia de usos y métodos de cine aplicados. El hecho de ser muda llega a favorecer la explotación misma de todos sus aspectos fílmicos. El ritmo que se imprime a los primeros veinte minutos es endiabladamente ameno, la utilización del reencuadre y el fundido de varias imágenes el el mismo frame está exprimido hasta sus límites. Incluso hay historias paralelas, subtramas, etc. Realmente se pueden tomar anotaciones, si el espectador así lo desea, y aprender muchas de las cosas que si bien Fritz Lang no inventa, si recopila de forma ejemplar.
4.- El arte ante todo. El autor repitió hasta la saciedad que le cansaba el entretenimiento insustancial, que le aburría el sistema de estudios de USA en el que se "fabricaban" películas sin firma ni alma, y que por eso se alejó lentamente de la dirección. El trabajo enorme de maquetas, efectos visuales, trucos, maquillaje, utilización del atrezzo, del humo, del contra luz... Todo ello está al servicio del arte. De un arte cinematográfico ya superado, pero no por ello menos talentoso o hermoso. Es sorprendente lo clara que se tenía la concepción y cómo se trasladaba a la puesta en escena, siendo fundamental para el entendimiento de la trama tanto o más que el guión. Todo lo que comparte con el teatro, la pintura y la arquitectura (ejemplos a seguir en un arte recién nacido) hacen de cada fotograma algo único. Si se hubiera inventado alguna vez una pintura en movimiento, probablemente se parecería bastante a Metrópolis.
5.- Futurismo. Fue una vanguardia extraña, a penas destacable en la historia del arte, y mucho menos en el cine. Pero marcó a fuego todo el diseño conceptual de la cinta. Aunque, eso sí, más que elogiar ese avance de la máquina, lo que hace es darnos una visión siniestra de la gran ciudad, como un ser vivo autómata y monstruoso. Paradójicamente, bajo una belleza grandiosa.
Son sólo unas modestas razones, habrá cientos. Tantas como espectadores, porque -y esta quizá es otra más- lo genial de su dinámica es establecer un diálogo abierto, con multitud de interpretaciones y maneras de ser digerida y disfrutada. Aquí la dejamos, completa y preparada para su visionado. Creo que no se puede pedir más.
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