Chicas, gasolina, coches... ¡y no es Death Proof! - Faster Pussycat Kill! Kill!



Si Russ Meyer hubiera sido más joven, seguro que Robert Rodriguez y Tarantino hubieran contado con él para su (fracasada) idea de Grindhouse. Parece que Russ nació fuera de su tiempo, aunque lo mismo podríamos decir de Robert y Quentin. Y es que la serie b (sea en acto o en potencia) siempre ha estado ahí, aunque siempre en la sombra. Hay obras maestras en las listas de bajo presupuesto, en su día ya hablamos de una de ellass. Hoy os traemos otra más: Faster Pussycat Kill! Kill! (Russ Meyer, 1965)

Entre las películas de explotación hubo muchos géneros, y mucho mestizaje bastardo. En esta cinta de pura contracultura sesentera conviven a la perfección el relato pulp, la road movie, el cine erótico blando (marca de la casa, Meyer invento el llamado sexplotation) y la violencia explícita de un gore todavía inocente.

En la nalga o en el tete, la navaja de Albacete

La historia comienza con las tres estripers protagonistas, unas chicas voluptuosas y de belleza exótica (¿volvemos a mencionar a Robert y Quentin? temo hacerlo todo el rato) amantes de la velocidad. En uno de sus días de alcohol y rueda quemada, un chico y su novia les piden prestado su circuito (un trozo de desierto, tampoco es el Jarama) para practicar. Pero ellas se preguntan si no será mejor, ahora que ya están medio pedo, pillar todos el coche y echar una carrera. ¡Oh, catástrofe! El chico muere, y ellas capturan a la muchacha. Se dan la fuga. De forma azarosa llega a sus oídos que en el desierto vive un anciano con sus dos hijos y muchos dólares. ¿Adivináis cual será su ocurrencia? ¡Premio! Robar la pasta a cualquier precio.

El comienzo es una maravilla, con un narrador que nos avisa de lo que veremos: violencia y sexo. Una violencia explícita pero inocente, y un sexo nada explícito, aunque constante y subyacente. Cada frase tiene una doble lectura, y las chicas descaradas no ocultan su promiscuidad o -en una escena del final del segundo acto- un posible romance lésbico, con una prodigiosa línea de diálogo que dice "hay radios que solo sintonizan en FM, otras en AM ¿por qué elegir?" Tan vintage como porno. O "¿quieres mirar bajo mi capó?", que es un símil sexual automovilístico... Mucho antes de la llegada del reguetón.

¿Hará Tarantino finalmente un remake como ha insinuado más de una vez?
Una de las cosas más llamativas es el punto de vista. Las protagonistas son malas. Muy malas. Sin rastro de la pequeña nobleza que suelen tener los antihéroes para que les perdonemos sus barbaridades. Se mueven por ambición. Y sus enemigos son igual de amorales. Tan sólo la niña secuestrada es inocente, y al final, cuando se ve obligada a matar, no siente saciada ninguna venganza. Sólo hay arrepentimiento. Lo que nos hace presenciar una historia algo plana (pese a que la conciencia va apareciendo en ellas) pero desde el lado oscuro. Porque a penas hay lados luminosos.

Las películas marginales de los 60 dominan a la perfección los personajes excéntricos y grotescos. Aquí nos encontramos con uno de los más llamativos que yo he visto: el viejo misógino en silla de ruedas rústica, con una recortada en la mano, y un trauma que le hace enloquecer cada vez que escucha un tren. Él es el que tiene el dinero, pero no sólo actúa para defenderlo, actúa por odio a todas las mujeres. Aunque, lo que en un principio puede parecer una lucha de sexos, de hombres contra mujeres, en el momento que dos de las protagonistas se niegan a seguir los planes perversos de Varla (la jefaza), se vuelve una lucha entre la ambición y la razón, entre la codicia y la conciencia.

Los primeros planos en las escenas de conducción están tan falseados, tan contrapicados para que sólo se vea el cielo, y la carrocería tan claramente movida "a mano" por el equipo de rodaje, que es hasta un rasgo distintivo entrañable. Al igual que la colocación de la cámara, en muchas ocasiones por debajo del horizonte para mostrar las cachas de las zagalas, es al final (quizá de forma accidental) culpable de los mejores encuadres del film.

Lección de cine: Si colocas la cámara por debajo del horizonte, el bullarengue se torna más expresivo. 


Aquí el camino no es iniciático, los coches no son una cosificación de nada. Aquí la carretera y la velocidad son elementos concéntricos en torno a los que situar una acción. Aunque la carretera desaparece para dejar paso al campo salvaje y sin asfaltar, auténtico signo de su ADN: rebelde, gamberra y pedregosa. Dando saltos nos llevan de la mano, cuando el guión flaquea nos meten un contoneo de caderas -que se convierte en un recurso cinematográfico más, la sublimación del cimbreo-, y estira la tensión para terminar en tragedia, con un happy end a medio gas entre la dulzura y el drama que queda muy a contrapié. 


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