Cinco razones para pasar (mucho) miedo con La Semilla del Diablo

Es domingo, muchos estáis recuperándoos de una tremenda resaca (esperemos que sólo producida por la ingesta de alcohol en cantidades indecentes) y queréis que os den todo cocinado y masticado. Antes de que os despeguéis de las sábanas o de las mantitas del sofá y vayáis directos al fast food de la tele, desmenuzamos, en claro propósito apologético, una de las películas más terroríficas de la historia: La Semilla del Diablo. No tenéis ni que pensar, sólo seguir leyendo. E ir al videoclub, físico si sois afortunados, o virtual si sois como el resto de la humanidad, y pillar esta obraza de Roman Polanski.



1.- Satanás y sus secuaces. El cine siempre nos ha mostrado a los satanistas y seguidores del Maligno como extraños sacerdotes sectarios, excéntricos investigadores de lo oculto, o directamente frikis. Si es lo que buscáis ya os ahorro la lectura: no lo vais a encontrar. Aquí los adoradores del demonio son gentes normales, de cierta cultura, pero sin una etiqueta que les identifique. Ellos mismos son creyentes, fervorosos de seguir al que se reveló contra Dios, con sus liturgias y sus plegarias, sus ruegos y también sus penitencias. Todos tenemos vecinos adorables pero ¿quién sabe? Igual ocultan su oscuridad bajo una perfecta mascarada, y en lugar de tener máquina de coser o lavaplatos, tienen un altar coronado por mismísimo Macho Cabrío.

2.- Adelantando aires setenteros. Muchas veces se ha desprestigiado la visión setentera del cine, pese a que directores de culto como Tarantino o Robert Rodriguez revindican constantemente su "cara B", y pese a haber habido una generación de "cineastas A" que cambiaría el séptimo arte para siempre (Coppola, Kubrick, Scorsese, entre muchísimos otros). El zoom, los filtros de colores, algo de psicodelia, la bizarría como elemento a encumbrar, estética pop... Todo eso está aquí, pero ojo,  no es Serie B (pese a su productor: William Castle, nada menos), esto es una producción de elegancia y belleza cinematográfica de puro autor. Pero si te quieres adentrar en esa década apasionante, recorrer sus delirios, sus éxitos vanguardistas, sus producciones bizarras, sus obras maestras en el género más cercano a lo siniestro... deberías saber que uno de los que abrió la caja de Pandora fue Polanski ya en el sesenta y ocho. 

3.- La música. Imprescindible para que las películas de terror nos inquieten. ¿Quién no se asusta al escuchar Tubular Bells (a pesar de que la composición de Mike Olfield no aparece en ninguna de las escenas que han pasado a la historia)? Algo así os ocurrirá después con la pelipúntica canción del bebé de Rosmary, compuesta por Chistopher Komeda. Si tenéis la suerte de no haber visto todavía la película, apagad la luz y disfrutadla. A ver a dónde os transporta. Seguramente tras verla todo cambiará. 




4.- Mia Farrow. Le costó todo un matrimonio. Frank Sinatra, su por entonces marido, llegaba iracundo al estudio y la intentaba llevar a casa, harto de que el papel la tuviera tan obsesionada y absorbida. Sinatra llegó a agredirla delante de todo el equipo de rodaje. Polanski no alimentó el sufrimiento, pero supo conducirlo adecuadamente para que su actriz estrella llegara a lo más alto. A fe que lo consiguió. Aunque reconozcan el cariño que un servidor siente hacía Mia, que tan buenos ratos me ha hecho pasar en innumerables películas. Aquí se confirma su talento dramático, dejando a un lado su dulzura habitual, para llegar a encarnar momentos de absoluta desesperación. 

5.- La película maldita por excelencia. No quería situar su maldición en primer lugar, porque considero que el cine está por encima del morbo, y que en este caso la película es suficientemente buena como para haber pasado a la historia al margen del oscuro anecdotario que la rodea. Pero no se puede evitar el espeluznante acontecimiento que desató. El 8 de agosto de 1969 la esposa de Polanski, Sharon Tate (embarazada de ocho meses), fue brutalmente asesinada junto a sus amigos Jay Sebrin, Wojciech Frykowski y Abigail Folger. Extrajeron al bebe del vientre y pintaron con la sangre de sus victimas: Helter Skelter (título de la polémica canción de The Beatles) y Pig ("cerdo"). Los autores del crimen, la Familia Manson, miembros de la secta creada por Charles Manson, reconocían sus crímentes y admitían haber sido motivados por el odio hacía el director, que supuestamente había desvelado muchos secretos del satanismo. Aunque los rumores empezaron a sonar: Roman Polanski, hasta entonces de reconocido talento, no había tenido todavía el éxito comercial que lo afianzara como referencia en Hollywood. Con La Semilla del Diablo obtuvo una endiablada taquilla, colocándose en el lugar que él tanto ansiaba. Recordemos que en la película es un actor aspirante a estrella el que entrega a su hijo a las garras de Belcebú. Desde luego la causa y el efecto son bastante parecidas en la realidad y en la ficción, sumadas a la afición del director por el mundo ocultista, nos hace pensar en algo mucho más siniestro que el cruel asesinato de perpetrado por una pandilla de locos. 


Hasta aquí nuestras cinco razones domingueras. Antes de desearos que paséis feliz domingo, insistir en que veáis la peli en su versión original. El doblaje ha destripado cruelmente su intensidad y contenido, transformando una obra maravillosa en un esperpéntico reflejo de la misma. Sobretodo una de las escenas culminantes, donde los "actores" que la traducen parecen poner todo su empeño en hacerlo mal. Exijamos ver las películas sin adulterar, al natural. Porque no existe el buen doblaje, si no el menos malo. Ahora sí, buen domingo a todos. Y cuidado con vuestros "amables" vecinos. 



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