Que La Isla Mínima (Alberto Rodríguez, 2014) arrasó en los Goya ya es el periódico de ayer. Se merecía todo y más, y se lo dieron. Algo bueno sacamos de una gala pesadísima. Pero ¿cuál es el aspecto más llamativo? La ambientación, auténtica materia prima que no puede faltar en una buena película negra. Y decir "buena" para valorar este film es quedarse muy cortos.
"Este sitio se traga a la gente."
Las marismas como grandes protagonistas. Los primeros fotogramas, que en realidad son fotografías hechas por Hector Garrido, trabajador del CSIC en Doñana, ya nos hacen verlas como un ser vivo. Ese ingrávido cenital que muestra una naturaleza exuberante de armonía pero ausente de geometría, idea que casa muy bien con la trama: asesinato de jóvenes, posibles abusos sexuales y torturas, cadáveres en las aguas, un pueblo en el que se conocen todos y en el que nadie habla, secretos profundos, dos policías condenados a entenderse y hasta una vidente. Pero es evidente la importancia del entorno en el género, y aquí no es la ciudad, sino uno de los rincones más inhóspitos de España. Ellas parecen cambiar, mandar, conducir los destinos y sentenciar las muertes. Ellas tampoco hablan, ellas se tragan los cuerpos, juegan a esconderlos.
Ríete tú de Carcosa |
Silencio y diálogos contenidos.
Muchas de sus líneas constan de un par de palabras. Las miradas narran, la elipsis verbal y la insinuación -lo implícito- son el pincel con el que se esboza de forma constante en el lienzo comentado. El fruto son todas las grandes interpretaciones, en un panorama nuestro donde, no lo neguemos, muchas veces se peca de verborritis aguda y sobreactuacionismo crónico.
Las miradas vuelven a narrar |
Sonido.
La crudeza de las pisadas, las chicharras abrasadoras, las moscas que añaden olor pestilente al film, los animales agitados... Y un recurso magnífico; el sonido detalle: en varias ocasiones se bajará el volumen de todo el ambiente para quedarnos con sólo un elemento: un cigarrillo que se quema, una respiración... Abriéndonos la puerta al interior de los personajes, atormentados por su pasado y por su presente. A todo tenemos que sumar la música, especialmente ese bajo que nos remueve las entrañas cuando se quiere crear tensión, y que late al ritmo de un corazón que se acelera.
Día y noche.
Recurrente y potente, diferenciar labores con el día y la noche siempre funciona. En este caso no se hace latente hasta la segunda mitad de la película, en la que el día será el terreno de la pareja operando dentro de una cierta legalidad, y la noche cada uno por separado usando sus habilidades más sucias.
Día y noche.
Recurrente y potente, diferenciar labores con el día y la noche siempre funciona. En este caso no se hace latente hasta la segunda mitad de la película, en la que el día será el terreno de la pareja operando dentro de una cierta legalidad, y la noche cada uno por separado usando sus habilidades más sucias.
La fotografía
Consigue acentuar la emoción de forma discreta y elegante, sin grandes excentricidades, con ciertos acercamientos muy lentos en los interrogatorios, con su inquietud nerviosa en las acciones y con sus guantazos cenitales para recordarnos que los personajes descansan en los hombros de un gigante. El trabajo de Álex Catalán permanecerá en nuestra retina mucho tiempo, porque algunas imágenes (la muchacha asomándose por la ventanilla de atrás, la cruz de los carabineros, el travelling de la carrerita para para pillar al cazador) no nos dejarán en paz.
Uno de los muchos fotogramas inquietantes |
El oráculo de la lluvia.
Tras todo el metraje pasando más calor que en la Chinatown de Polanski, la lluvia tímida aparece para ser torrencial a medida que nos acercamos al clímax, como un mal presagio. Las profundidades de los ríos son el alma negra que, como las de los personajes, guarda los secretos de las marismas. El agua, elemento purificador por excelencia, aquí es horror. El horror al abismo.
Los ochenta... Conseguidos.
El cambio, los botellines, Andalucía, la violencia social, El Caso, el puto Ford Capri, joder. Los bigotillos, las chaquetas, las gafas tintadas... Todo.
Los elementos de guión aportan mucha chicha a la ambientación:
Personajes. Están al servicio de la tensión, en un gran todos contra todos. Los policías se odian (aunque han de trabajar juntos), uno es jovencito y demócrata, mientras que el otro trabajó para el régimen en asuntos negros (o grises), metiéndonos con vaselina -y disfrutamos- las dos Españas con las que cierto cine patrio tanto nos ha castigado. Todos los secundarios esconden secretos, muy Twin Peaks; la mayoría habitantes normales del pueblo, pero algunos mucho más particulares: la vidente y el magnate. La vidente añade esa fina nube de irrealidad gótica naturalizada, mientras que el magnate puede llegar a ser el monstruo invisible.
La vidente |
Un elemento tan tópico en el cine policial estadounidense como el enfrentamiento entre los cuerpos de policía y el FBI está presente aquí, hilado con oro: la policía (nuevo poder en ciernes con la democracia) contra la Guardia Civil (cuerpo militar en el fin de su tiempo dorado). Más conflicto, más tensión.
Las argucias de novelista negro que esgrime Rafael Cobos: un negativo de foto justo quemado por el rostro del culpable, el sombrero amarillo, los coches... Y el más llamativo: el pinchazo del teléfono, canela fina. En los ochenta se utilizaban esos teléfonos de rueda, lo que les sirve para descifrar a dónde llaman por los pequeños chasquidos (uno si marcabas el uno, dos si el dos, etc) que la rueda hacía al volver a su lugar natural.
Poli bueno, poli peor. Si lo hacemos noir, lo hacemos noir. Los protagonistas estarán dispuestos a defender la ley por senderos muy cercanos al crimen, usar la violencia sin piedad (incluso contra mujeres mayores) para conseguir la siguiente prueba, acceder a sobornos y no parar de beber, especialmente si están de servicio.
Los pájaros y los vahídos. Siempre aparecen aves cuando Juan se desmaya o se recupera de un desmayo. No hay un significado claro, ni es necesario. Da una profundidad vacía, a rellenar por nosotros, que es maravillosa. El cine negro siempre ha estado vinculado a esos estímulos visuales que no necesariamente aportaban algo al avance de la trama.
La Isla Mínima adopta un género sin caer en la ridiculez de imitar los tópicos anglosajones de forma literal, que tan extraños quedarían en en nuestra piel de toro. Se exprime cada minuto, se crea un nudo en el estómago a base de agobio y tensión como pocas veces hemos visto. Por fin se usan elementos los elementos estéticos que el cine brinda para crear una obra que no es heredera de la mala televisión, sino del mejor cine.
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