Pi, fe en el indie.



El cine independiente ya hace mucho tiempo que es más una etiqueta con la que ganarse a cierto público, que un cine arriesgado e innovador. Todas las productoras ven una apuesta rentable el invertir en un proyecto pequeño, con esa identidad alternativa, y sacan adelante proyectos que, si bien son diferentes a la industria mayoritaria, ya son canónicos y aburridos hasta la saciedad. Pero sigue habiendo, y aumentará en el futuro, gente haciendo cine en las calles, sin permisos, sin dinero, montando en ordenadores que se cuelgan y empalmando -los más nostálgicos- sus tomas de super 8, reinventando un lenguaje sin aspirar a ser el Tarantino de su pueblo. Algo de eso está en Pi, Fe en el Caos, la película que firmó en 1999 Darren Aronofsky.

Si quieres hacer cine, y no tienes dinero, lo mejor es acotar el terreno en el que vas a poder operar. Pocos personajes, escenarios muy limitados, iluminación "como se pueda"... E intentar tener el mejor guión posible y la mejor manera de hacerlo película. El núcleo de Pi cumple esas premisas. Un matemático y su febril estudio del número Pi. Aparentemente, un aburrido planteamiento. Pero rápidamente empiezan a desencadenarse conflictos, ordenadores que fallan, gentes que parecen vigilar sus movimientos, ataques violentos, persecuciones, líos con wallstreet y hasta la mismísima existencia del supuesto verdadero nombre del dios judío, revelado en la torá por la secuencia de números descubierta por nuestro protagonista. 

Es el montaje el que nos lleva por toda la película fácilmente. De escenas cortas, y cambios bruscos entre ellas, siempre con secuencias y repeticiones de ciertas tomas -cosa que le va muy bien a la trama- y yuxtaposición rápida de imágenes, creando analogías inquietantes y ciertas ideas (siempre abiertas a debate) en la mente del espectador. Son algo más de ochenta crípticos minutos atrapado en la espiral que el autor nos plantea, siempre con un blanco y negro de ruido abundante, y una planificación meticulosa empeñada en forzar las perspectivas de continuo.

Uno de los aspectos, en el ámbito puramente técnico -y que me recuerda a una conversación que tuve hace no mucho con un compañero-, a destacar es la incorporación de la steadycam en el propio protagonista, para irle siguiendo en primer plano de una manera muy poco explotada -y poco ortodoxa- en el cine (no así en videoclips e incluso en ficción televisiva), que se antoja en un particular punto de vista para esta película, favoreciendo el agobio y la angustia al que deliberadamente se nos quiere arrastrar. El resto de movimientos de cámara acompañan este aspecto conceptual, fácil es de recordar la captura que tiene lugar en el piso -donde transcurre casi toda la trama- en la que el matemático reflexiona caminando en círculos, orbitando la cámara que en todo momento le sigue, girando sobre su eje, y haciéndonos sentir el auténtico mareo que el personaje padece en sus carnes, con un cerebro repleto de neuronas dopadas y aceleradas en busca de soluciones a extrañas fórmulas.

Realmente es una película que no gustará a los que busquen un taquillazo o una superproducción, o a los que busquen mera distracción, porque se van a encontrar todo lo contrario. Es estresante, caótica y misteriosa. Pese a que el lenguaje está bien aplicado, al servicio no tanto de la trama como del concepto, es profundamente "autoril", lo que la convierte en profundamente independiente e innovadora. Es ahí donde encontrará su público: gente cansada de los estrenos navideños que ahora nos asolan, gente que se crea que el cine sólo vale para contar cursiladas y sobre todo, recomendadísima a futuros directores que quieran ver y analizar cómo hacer una película atractiva es perfectamente posible con pocos medios. Difícil, sí. Pero posible. 


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