"Tan divertida como un incendio en un orfanato", así calificó la crítica a Harold y Maude (Harold and Maude, Hal Ashby. 1971). Definición que sólo se entiende cuando uno ve la película, película que sólo se disfruta cuando uno ve que en realidad es una travesura bien gorda. Una broma pesada que decide romper los moldes de la comedia, traspasar fronteras y tocar la moral (literalmente). Lo que no quita para que haya en muchos momentos brillantez cinematográfica, y toda una cosmovisión a través de su estética.
Ha sido difícil señalar nuestras cinco razones. Ahí van:
Llorar de pena, morir de risa. ¿Dónde está el límite de la tragedia? ¿Si se cruza ese límite, habrá comedia? Se juega al combate y encontronazo de sentimientos desde su planteamiento: un joven que desea la muerte -se suicida constantemente, pero el director se salta el "raccord vital " resucitándolo- se enamora de una anciana que ama la vida, pero que se ha puesto a su vez una fecha de eutanasia. La muerte está presente como llanto y como carcajada. Hay muertes que nos hacen reir, otras nos hacen llorar. Eso mismo está en el propio cine, según el género hacemos una cosa u otra. Aquí nadie nos dice lo que hacer, se nos invita a ser libertinos. Aunque eso sea transgredir las normas sociales o personales. O abandonas la lógica, o el absurdo ejercerá derecho de admisión.
Primera escena. La presentación del protagonista -que guarda muchos aspectos comunes con los góticos adolescentes timburtianos- es para enmarcar en un museo. Un museo pop, porque huye de cánones empezando por los pies y terminando en... una graciosa tragedia. Con la introducción del título del film de una manera tan sutil que se deshace en la boca.
Flores y tumbas. Una de las escenas más llamativas: la viejecita -Phoebey Buffay jubilada- propone como lugar de picnic un campo de margaritas; el chaval, un cementerio. Ambas meriendas son yuxtapuestas en dos planos que reducen su figura humana hasta términos microscópicos, en un uso exageradísimo del zoom out. Un recurso castigado por las academias de cine, que aquí se vuelve hermoso. Y narrativo, ¿cómo llegamos a enamorarnos en este campo de vida y muerte? ¿Cómo dos vivos, que son minúsculos en comparación con el mundo -y con los muertos, por estadística- pueden llegar a coincidir en momentos concretos? ¿Destino o azar?
El saludo marcial más loco del cine. Con permiso del Dr. Strangelove ("¡Mein führer, puedo andar!"), tenemos a un militar sin brazo que se ha pergeñado un mecanismo mecánico para levantarlo. No sabemos si para llevar la mano a la frente, o directamente al frente y en alto.
Dos mundos. El mundo de Harold, con su madre protectora y dominante, en una casa victoriana y de rancios lujos. El mundo de Maude se reduce a un vagón de tren abandonado convertido en casa, lleno de flores, con té, galletas, productos orgánicos, un clítoris -potorro, en román paladino- de madera gigante y todo tipo de instrumentos -algunos que tocan solos-. Harold es pálido, sus labios blancos, y va tomando color a medida que se enamora de la abuela hippie. Maude se maquilla, y mira como una colegiala la vida -Ruth Gordon hace un papel maravilloso, contagiándonos su tono risueño y encantador-. Harold tunea los coches para convertirlos en fúnebres, Maude roba uno distinto cada vez que quiere desplazarse, Harold no ha vivido nunca, Maude lo ha vivido todo.
Si sois fans de Cat Stevens, tenéis una razón más de bonus-track. Su música -compuesta para la ocasión- no para de sonar.
Si sois fans de Cat Stevens, tenéis una razón más de bonus-track. Su música -compuesta para la ocasión- no para de sonar.
Es tan emotiva como Annie Hall, y tan negra como South Park. Emocionarse con una puesta de sol y una pareja es normal, hasta tópico. Lo que no es normal -ni tópico- es la pareja en si misma. Una constante fricción entre la cordura y la locura. Están todos los tópicos de la comedia romántica y del enamoramiento progresivo, pero de forma sacrílega. Ellos no van a ver películas, van a ver entierros de gente que no conocen.
Te agarra de las solapas y te agita como un refresco, para sacarte la chapa en los minutos finales y que tu cabeza explote en espuma.
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