Cinco razones para considerar Jackie Brown la obra maestra de Tarantino



Quentin Tarantino es el director "underground" con más aficionados por metro cuadrado. Todos aceptamos su condición de genio, haciendo que pocas veces fracase en sus constantes excentricidades... Pero hay una excepción: Jackie Brown. No fue un sonado éxito, ni es excéntrica... Incluso hay una sociedad secreta que la defiende como su gran obra maestra... ¿Queréis iniciaros? ¡Que empiece el ritual!

Clasicismo. 
No es un ejercicio absoluto de lenguaje clásico, pero sí deja clara -viniendo de Reservoir Dogs y Pulp Fiction- una intención narrativa alejada del nerviosismo y la extravagancia. Los primeros minutos son pura acción, abandona los diálogos para abrir la película, e incluso durante el film se permitirá un lujo raro en él: el silencio. Pese a lo que se dice por ahí, es la menos verborréica de todas. 

La estructura se cimienta sobre un montaje armónico que favorece el orden cronológico, que justifica con introspecciones y flashbacks sus rupturas. El dominio de la elipsis y el fuera de campo -herramientas básicas del gran cine negro- hacen que el espectador se sienta partícipe y activo.

No es que sea una virtud en sí mismo, pero cierra las bocas a todos los que creen que la modernidad es el escondite de los mediocres que no dominan la técnica.



Sobriedad.
Una vez abandonado el montaje acelerado y las cabriolas temporales, la gran favorecida es la fotografía. Da un paso más en la composición de los planos para hacer interesante el relato y logra una de las películas más bellas de Tarantino. Belleza sobria de una fotografía que se acerca a los rostros en primerísimos primeros planos -Leone style- para radiografiar los sentimientos de los personajes, que resalta con planos detalle elementos importantes, que mantiene la cámara estática a no ser que tenga una justificación poderosa para el travelling y que establece relaciones en unos magníficos fundidos de encadenado. Todo sirve para imprimir ese ritmo, sin prisa pero sin pausa, que hará las delicias de los fans del film noir. Pese a todo no se priva de algunas peculiaridades, como el recurso poco hortodoxo de la pantalla dividida.



Guión & dirección.
Es su cinta más equilibrada. No hay exceso ni defecto entre el uno y el otro. Su literatura -que parte de una novela de Elmore Leonard- es parsimoniosa y ambiental, empeñada en crear el escenario perfecto para llegar al clímax y con la inigualable virtud de crear símbolos a partir de objetos cotidianos, una cinta de cassette, por ejemplo. No hay momentos gratuitos ni divagación, los personajes se han creado para ocupar un lugar estratégico, y lo mejor es que no lo parece. El Quentin guionista se encarga de borrar todos los hilos, los personajes son absolutamente libres y el plan que se lleva a cabo -de complicados engranajes- se soluciona con la elegancia que proporciona atar todos los cabos sin caer en obviedades. Los diálogos son magistrales, como siempre, pero sin llegar a acosarnos. Y considero que el entuerto, el palo, el golpe, es de los más emocionantes que le he visto. Cosa que es inconveniente para el clímax, ya que peligra en quedarse corto. Entonces se saca de la manga un final que nos dará lo que queremos, pero no como esperamos. Gran virtud. No olvidemos: somos espectadores, tenemos expectativas, pero queremos que nos sorprendan.

El Quentin director está espléndido en los tempos narrativos, cosa que suena paradójica si hablamos de una película que los fans consideran densa o lenta. El dominio está demostrado de forma pura, sin el maquillaje que dan las capas de diálogos anfetamínicos o los barroquismos temporales y las sorpresas repentinas. No olvidemos que eso son trucos, trucos efectivos, trucos grandiosos, ¡benditos trucos! Pero trucos, al fin y al cabo. La sabia elección de la visión cubista en el final del segundo acto queda muy naturalizada por ser la fórmula para explicar con claridad una acción importante, y no la base ni la esencia misma del relato. Ahí radica la diferencia entre una elección y una obligación de dirección. 

Los momentos más bellos -a mi parecer- son losfundidos. El poder de significado que cobran este y otros recursos clásicos demuestra que Jackie Brown era necesaria para que el director demostrase que domina el lenguaje cinematográfico.


Violencia cruda.
Jackie Brown no contiene la violencia lúdica que caracteriza al director. No provoca risas ni nos agrada. Está hecha para sobrecogernos en el momento justo. Y este tío -que es de todo menos tonto- sabe cómo se consigue: sin ser explícito. La violencia explícita nos satisface, pero caduca. Mientras que sugerirla siempre resulta terrible. Si además la despojas de música y elementos hiperbólicos, tienes realismo y crudeza. Que sólo funcionarán en pequeñas dosis, por eso hay menos disparos. Pero... ¡qué disparos!



Referencias & humor.
No es su película más referencial, pero no lo puede evitar. Estar enfermo de cinefilia es lo que tiene. Los personajes mencionan una de sus influencias menos conocidas y más claras: The Killer, de John Woo. 

John Woo, el verdadero padre de las escenas de tensión tarantinianas.


Es evidente que hay un juego en el casting: Pam Grier, la gran estrella del cine setentero blacksplotation, se come la pantalla y juega a ser la mala que siempre fue, de un modo más inteligente y menos sexual; y De Niro juega un papel fundamental como foco de varias subtramas que se sostienen por su propio estatus de icono gángster envejecido

Es su humor menos negro, pero presente en el segundo de los intertítulos del golpe, en el personaje de Max que está perdido todo el rato y el descaro sensual que en pequeñas dosis aporta Bridget Fonda. Los diálogos entre negros son tan acelerados y envueltos de jerga, que es difícil no sonreír y emocionarse -de puro subidón- a partes iguales.


Estas son nuestras razones. Si no les gustan, tenemos otras. Admiramos abiertamente TODO el cine de Tarantino, pero aquí queda de forma manifiesta que también admiramos el valor de hacer un proyecto tan distinto y de no caer -pese a lo que muchos piensen- en una formula tarantiniana cerrada. Es una película a la que se le exige -de forma prejuiciosa- que sea igual que sus dos cintas anteriores. 

Aquí es donde queda más claro que Quentin Tarantino merece ser tratado como gran guionista y gran director, despojándose de efectismos y pasando del "mira lo que digo" al "mira lo que hago".

0 comentarios:

Publicar un comentario