¡NO QUIERO MACARRONES!



Me gusta leer los guiones que consigo por internet o en librerías. Cuando uno lee antes la guía literaria corre peligro y gana ventajas; los pros son que se hace una idea de cómo lo haría, del tempo, de la ambientación, aprende sobre estilo y a golpe de imaginación toma la delantera al director por unos instantes -dándose cuenta luego si ganó o perdió el partido-; la contra es que en la imaginación todo es más sencillo, no hay límites de presupuesto, fechas, entregas, decisiones bajo presión... Y que uno puede estigmatizar una cinta que le hubiera gustado mucho de no conocer el texto.



El guión de Caníbal te atrapa. Desde su planteamiento crea una tensión contenida que se vuelve más pronunciada en cada página. Su constante acción y escasez de diálogo lo hace muy visual y ágil de leer. Nos cuenta la historia de un sastre que se dedica a matar y comer víctimas, víctimas femeninas. De una forma elegante, huyendo de la casquería, evitando las explicaciones y dejando unas elipsis sinuosas para que el espectador -lector en este caso- establezca sus propias teorías y pinte sus propias imágenes, nos hace una espectacular muestra de minimalismo aplicado a la trama de asesinos psicópatas. Lo inquietante precisamente es ese juego de elipsis, donde no nos da ninguna justificación o trauma, donde se acierta en disfrazar de normalidad al monstruo.

Ahora bien, no puedo perdonar algunas concesiones o censuras que noté cuando vi la película. El personaje sólo matará explícitamente a una mujer -y es una forma de hablar, porque la fotografía pasará del cuerpo desnudo a la naturaleza imponente de los picos helados, en un jaque poético-, la llevará a una cabaña en Sierra Nevada, y allí la fileteará. Una vez en la ciudad, en Granada, llenará la nevera con su materia prima. Pasa el tiempo, todo bien. Cada día una chuletita, y a correr.

Durante el visionado me hice un filete y dos sandwiches. Es una peli que da hambre.


Una mujer es su nueva vecina, y entabla una relación con él, tarea difícil por su carácter taciturno. Esa chica desaparece, y su hermana se preocupa y empieza a investigar. También ella se acerca al sastre-carnicero... Es evidente, y los minutos de metraje nos lo clarifican progresivamente, que la desaparecida ha sufrido su San Martín.  El cariño va en aumento y Nina -así se llama la hermana- se queda a vivir temporalmente en casa de Carlos -el sastre-. Como Carlos es amable, decide recibirlo, sin que él lo sepa, poniéndose muy guapa y cocinándole una buena cena. 

Aquí viene la decisión incorrecta e imperdonable. En el guión hay un momento tenso y de inspiración divina: lo que Nina cocina son unos deliciosos filetes, que Carlos mira y a penas prueba, pero que ella engulle. Entonces se nos vuela la cabeza... ¡Se está comiendo a su hermana!



PUES NO. Llega la escena en pantalla  y suelta: "No tenías nada." ¡Bastarda mentirosa! Pero si tiene la nevera llena de ternera de primera! "Bajé a comprar. Hice pasta" (¿?). ¿Quiere tirar todo el dramatismo a la papelera de reciclaje? Marca la casilla del SÍ. Termina la escena, me levanto, me tiro de los pelos, aúllo a la luna y para aliviarme, llamo a mi vecina del tercero, la mato con el secador del pelo y hago una boloñesa con su chicha. Por aquello de juntar los macarrones y el holocausto caníbal.

Pese a que el director es el co-guionista, creo que se le fue el punto. Si no comen esa carne, la escena no tiene ningún sentido, el diálogo podía haber sido colocado en otro lugar y las emociones de los personajes -que ya estaban claras- acentuadas en cualquier otro instante. Prefiero pensar que fue una concesión al productor y no autocensura ("al público español ésto no le va", etc). Porque me cabrearía aun más. Y la única vecina que queda viva en mi edificio es una señora mayor sorda muy poco apetecible.

PODÉIS LEER EL GUIÓN AQUÍ 


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