¿Todo inventado? No, faltaba BIRDMAN.



¿Quién dijo que estaba todo inventado? Porque se equivocaba. Esa frase es la justificación moral de la mediocridad. E Iñárritu, que nos parecía un mediocre, va y nos suelta una obra maestra que precisamente habla de la redención, de las formas de trascendencia y de la vuelta al mundo de los vivos por parte de talentos enterrados prematuramente.

Birdman es la historia de un actor con un pasado glorioso en los blockbusters de superhéroes, que pretende conquistar Brodway con una adaptación teatral del texto de Carver: ¿De qué hablamos cuando hablamos de amor? Y aquí empieza el desafío a las etiquetas y la pretenciosa meta -lograda con creces- de desafiar las normas.



Con un plano secuencia constante -donde no percibiremos los cortes, aunque los hay usando habilmente puertas, pantallas y barridos- y la única cámara "volando libre" por todas las estancias del teatro y alrededores, ya pone a prueba las propias bases del cine. El intento no era nuevo, recordemos La Soga, de Hitchcock. Pero aquí viene el segundo desafío: el plano secuencia, por definición, asegura fidelidad espacio-temporal, al prescindir del montaje. Nada de eso, aquí pasan las horas, en unas deliciosas elípsis sin cortar que hace que no seamos conscientes, como el personaje -o nosotros mismos, rediós- de lo rápido que pasa el tiempo, el drama, la vida. Y el tercer embite: el plano secuencia -dice la ortodoxia- otorga realismo porque evita trucajes. Por eso se escoje el plano, y por eso rompe la barrera. Para hacernos confundir realidad con ficción rompiendo esa frontera, para que dudemos en todo momento de lo tangible. Y lo más magnífico, sin confusiones paranoides ni tirabuzones lynchianos. Todo como un postre ligero y sabroso.

El juego de evocar diferentes planos de realidad nos tiene metidos en la trama de forma constante. No sólo es el personaje, que es un actor perseguido por Birdman -superhéroe que le acompaña como un espectro ocasional- sino que tiene un nuevo yo a medida que triunfa una obra que parece evocada al fracaso, tiene otro yo que es su personaje teatral, tiene su yo pasado... Y todos, TODOS se fundirán al final en una catarsis prodigiosa, en una rencarnación total. Los paralelismos entre el personaje y su intérprete (Keaton) enriquecen más el sofrito, él también recreó comics (a Batman), el también fracasó, el también fue tocado y hundido por la crítica... Y probablemente, como el personaje al culminar su obra de teatro, el también resurgirá de las cenizas. 



Una obra de teatro vulgar, donde la frescura de la improvisación -los carcamales le llaman "fallo"- se combierte en el quiz de un mundo interconectado por redes, donde las visitas a los vídeos, los twits, los virales e incluso los memes, aunque ridiculicen, dan poder, empieza a ser harto popular. Ahí la crítica teatral está en contra, se retuerce de rabia, esputa azufre. Lo que no sabe la crítica es que el desequilibrio y el patetismo tendrán su fruto, y harán que se rindan sus plumas ante lo que denominan "nuevo realismo", "la sangre que le faltaba al teatro americano".

Birdman es mucho más que un barroquismo técnico ejecutado de diez por Chivo Lubezki (El Árbol de la vida). Usando elementos pop que quieren ser trascendentales, logra reinventar una forma narrativa, glorificar a un director crucificado y polemizar con las propias "reglas" de la puesta en escena. Birdman ha hecho lo más difícil de todo: inventar algo nuevo y que parezca eterno. Y hacerlo popular, lo que -como en la peli- jode mucho a la crítica.




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