Sin Perdón. Un western negro.



En 1992 Clint Eastwood estrena un western. Lejos quedaba la edad dorada del género, lejos también el espagueti. No se trataba de ser nostálgicos, de retro clonar el pasado. Se trataba de elaborar un discurso cinematográfico actualizado.

Sin Perdón es la historia de dos pistoleros retirados y viejos, que deciden volver a las andadas para cobrar una recompensa y vengar el honor de una prostituta que ha sido rajada cruelmente por unos impresentables. Pero los personajes estarán perseguidos por sus propios fantasmas, en unos lugares donde la justicia es brutal, donde la gente muere y sangra de verdad, donde existe la conciencia y no queda ningún héroe. Si el género fue algún día inocente, esos días quedaron atrás. Eastwood parece encarnar a todos los personajes que dio vida con Leone, en un acto de extremaunción para poder entrar en el paraíso confesando sus pecados.

No es de extrañar que, aunque cumpla con la ambientación y características de película del oeste, se puedan leer entre líneas códigos cercanos al film noir para darle, no ya un ambiente crepuscular, sino decadente. En el mejor sentido de la palabra, porque estamos -junto con Mystic River- ante la obra maestra del último gran director clásico.

Mientras que en el diálogo el personaje de Morgan Freeman se niega a acompañar al protagonista, el plano nos radiografía su pensamiento: en la cabeza tiene el rifle y a su derecha las balas. La decisión está tomada. Ésto es cine.


Elementos noir en Sin Perdón

Tras un idílico skyline que servirá de prólogo (y epílogo), asistiremos al brutal crimen que desencadena todo. Esta primera escena ya rompe con los tópicos y nos acerca a los elementos negros que nos interesan: arranca en una noche de tormenta. No sólo eso, sino que las primeras figuras humanas son sombras proyectadas en la pared, que vemos en un travelling para mostrarnos el entorno, que terminará dentro del prostíbulo, con la brutal vejación a la puta. El detonante es un crimen muy violento, muy crudo. Quizá sólo Peckinpah haya acercado tanto el wild west al wild side.

Si me dicen que es  El Halcón Maltés, me lo creo.


La llegada de el sherif Little Bill es inútil, al menos para las prostitutas. Porque la pena que establece es el pago de varios potros (sí, el bien más preciado del oeste) al dueño del burdel. Ellas no recibirán nada, seguirán indefensas. Little Bill es un sherif brutal, violento... La putrefacción del poder y el abuso del mismo por parte de este "poli corrupto " estarán presentes durante las dos horas de película. Para subrayar más nuestra teoría, se le pesenta con su sobretodo que parece una gabardina, en constantes contrapicados al estilo Sed de Mal.

Ni estamos en Chicago ni buscamos a Al Capone.


La ambigüedad de los personajes es otra característica adaptada. Aquí Bill Munny (Clint Eastwood) tiene un pasado tenebroso, asesino de niños, de mujeres y de cientos de hombres. Un pasado que le acosa cada noche. Bob "el inglés" -un secundario hábilmente colocado en el segundo acto para crear una subtrama que evite la decaida del ritmo- va acompañado de un escritor que novela sus peripecias heroicas. El problema viene cuando descubre que no son heroicas, que también es un sucio carnicero. Son sólo dos ejemplos, pero cada pistolero tiene dos caras. O más bien una, una muy turbadora.

El antihéroe si que fue una figura recurrente, sobretodo en los guiones italianos, pero en Sin Perdón tenemos a un grupo impartiendo la justicia que la ley no quiere dar. Un grupo que, movido por una recompensa pero también cierta moral, está dispuesto a jugársela para que esos canallas no queden impunes.

"Alégrame el día..." ah, no. Espera.


Hay también un elemento típico del cine policiaco y de crimen: el interrogatorio. Ned Logan (Morgan Freeman), el compañero de Clint, es brutalmente torturado para que confiese los planes y la localización de su camarada. Clint, que es perro viejo y sabe muy bien lo que hace, no se ciñe a la tortura (aunque tampoco la evita) sino que llegado el momento nos saca de las celdas y nos muestra a todo el pueblo paralizado, en silencio, escuchando cada latigazo, dotando de un dramatismo extremo a la escena como sólo un genio sabe hacer. Sólo en esta parte se podría estudiar los límites de lo explícito y el uso del fuera de plano como recurso mucho más eficaz.



Otro signo menos exacto, pero igual de evocador, son los sueños febriles que tiene el protagonista. "Ángel de la muerte", "ojos de serpiente" y la visión de su mujer con "gusanos en la cara" no son característicos de ningún género, pero recuerdan más a esos presagios o momentos oníricos del film noir que al western.

Es evidente que son sólo especias salpimentando una historia de pistoleros, forajidos, duelos, caballos y desierto. Le dan el punto justo, ni muy pasado ni muy hecho, para romper con los prejuicios de un género odiado por muchos (sin razón) y lograr encandilar a cualquier espectador contemporáneo desde el primer al último fotograma. 


Insistimos: junto con Mystic River, la mejor película de Eastwood. Y eso es decir mucho.

0 comentarios:

Publicar un comentario